Termina un ciclo escolar más, adiós escuela, tareas y maestros, hola vacaciones, decisiones y proyectos nuevos. En ocasiones, el terminar alguna etapa escolar nos topamos con reacciones positivas como el desestrés, alejarnos de la pasiva vida de la rutina y, sin duda, una paz interior. Sin embargo, este cambio de ciclo escolar solicita una inmediata toma de decisiones, donde se fuerza a quienes egresamos a ser realistas en nuestras opciones. Sin dar tiempo a nada, nos alzan la vista hacia el futuro y eso nos provoca sentimientos negativos como inseguridades y opiniones encontradas acerca de lo que elegimos.
No ha pasado más de un mes desde que alumnado de escuelas como la educación media superior egresamos, así como también de secundaria, y hemos visto más caras tristes que hace un año. Tal vez alguna de las razones es que compañeros y compañeras se encuentren en situaciones económicas o personales difíciles, por lo que no han podido dedicar su tiempo a pensar con claridad lo que desean para su futuro.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), al mejorar las habilidades sociales, la capacidad para resolver problemas y la autoconfianza ayuda a prevenir algunos problemas de salud mental, como los trastornos de la conducta, la ansiedad, la depresión y los trastornos alimentarios, además de otros comportamientos de riesgo. En nuestra situación, es probable que adolescentes lleguen a desarrollar un cuadro de depresión, por lo que estas habilidades podrían ser de ayuda.
Lo complicado es cuando se toma la decisión de empezar una nueva etapa y se te cierran las puertas. Puede que muchos no se encontraran ante alguna situación de este tipo, pero en mi caso me tocó ver que más de cinco mis amigos se quedaron fuera de la universidad. ¿Cuál creen que fue su reacción? Unos tristes, otros intentaron mostrarse positivos, pero siempre estuvieron acompañados del estrés y coraje por no haber podido quedar en la escuela de su elección, y a esto le sumamos el bombardeo de preguntas que de pronto nos abre los ojos: ¿ahora que haré? ¿seré bueno para esto realmente?
Para mí, resultó un desafío realizar mi examen de admisión, debido a que mi mayor miedo no era únicamente el no lograr entrar a la escuela que elegí, sino que el sólo pensar que yo no sería suficiente me provocó estrés. Mi meta positiva al hacer examen era dar mi máximo esfuerzo y lograr buenos resultados. Y al final, cuando vi las listas, me sorprendí de mis capacidades.
Un reto que fue difícil de alcanzar, sin embargo, no imposible.
Buscar segundas opciones puede que sea la sugerencia de amigos y familiares al saber que no te quedate en la carrera o la preparatoria de tu elección, pero a veces hay quienes te impulsan a luchar por seguir intentándolo el siguiente año. ¿Tú te rendirías?
Mi principal consejo a quienes no pudieron entrar a la escuela que deseaban es no desanimarse. Pensarán que hemos escuchado demasiado la frase “una nota no califica tu grado de inteligencia”, y es verdad. Hay mucha presión cuando sales con un excelente promedio y no entrar puede sorprender y hasta decepcionar a muchas personas, sin embargo, no porque seas de promedio de 10 significa que tengas una capacidad de elegir y tomar decisiones, ya que la vida en general trata de esto, decisiones.
Aprende un nuevo idioma, haz ejercicio, entra a un club
Busca inspiración en otros lugares, personas o cosas. Reúne todas las piezas que te completen y logra ver en introspección. Inspecciona aquellos recovecos que no conocías de ti e investiga qué podrías mejorar. ¿Qué tiene que ver el autoconocimiento con esto? Mi secreto es que momentos antes de entrar al examen reflexioné todo lo anterior, canalicé todo mi estrés y lo convertí en lo bueno que tengo.
Inténtalo, no solo una, dos, tres o las veces que quieras, sé perseverante, con proactividad y creatividad. Busca desarrollar tus habilidades, porque como una vez me lo mencionó una maestra: “tienes capacidad, dime ¿qué es lo que te falta?”, por lo que es complicado, pero no imposible. No es motivo de abandonar tu pelea sin entrar al ring, y recuerda siempre encontrar una razón para seguir, aunque existan miles para rendirte.
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