¿No les pasa que el otoño trae algo de nostalgia? Se nota en el suave viento que se dedica a tumbar las hojas amarillentas de los árboles, nostalgia que aumenta cuando pienso en el pasado, en el sonido de la escoba de la vecina de la esquina que barría toda la calle para evitar que se acumularan y que ahora está entubada por complicaciones por Covid-19, virus que ya ha dejado en silencio varias casas de mi pequeña colonia debido la muerte.
Cuando me enteré del nuevo tipo de coronavirus que habían encontrado en China y el cual parecía estar avanzando muy rápido entre las y los habitantes de aquella ciudad, la normalidad me rodeaba, quizás con mucho amor, que yo veía como aburrimiento.
De un día para otro, tras fines de semana sin decidirme si salir a bailar o no con mis amigas, quedándome encerrada en mi cuarto viendo series porque afuera hay mucha gente, pensando que lo más lindo del día es poder estar sola, llegó una palabra que hasta el momento sólo había ubicado en las películas: cuarentena.
Supongo que les pasó igual que a mí en aquel momento, tal vez en un principio pensaron en esas películas o series acerca de un virus, en las cuales al final el gobierno decide lanzar una bomba o un proyectil y así desaparecer toda evidencia. Los hombres y mujeres de trajes casi espaciales por las calles y el regimiento del ejército gritoneando para que no salgas de casa.
Sin duda fue muy diferente, sobre todo porque nos empapaba la incredulidad. “No conozco a nadie que haya tenido Covid-19 nunca” escuché más de una vez, “no creo que nos llegue”. Y aún así, pensando que serían unas buenas vacaciones, empezamos con entusiasmo y algo de diversión a resguardarnos, mientras que las personas más rebeldes buscaban hacer reuniones clandestinas para vivir al límite, pero en tono de juego porque no creían mucho en el virus y mucho menos en la muerte.
La primera muerte llegó casi inadvertida, era más urgente saber cuándo podríamos salir a hacer nuestras vidas de manera normal porque no faltaba mucho para el Día de la Madre y había muchos planes, regalos por comprar, servicios de comida para contratar.
El tiempo no sólo nos dejó más muerte y contagios, también una desolación que muchas personas no habían sentido jamás en su vida. Tuvimos que ir cancelando plan por plan, viajes, fiestas, idas al cine.
No sé cómo lo viviste tú, pero cuando llegó el semáforo naranja y se relajaron las restricciones, parecía como si el arcoíris hubiese salido luego de una constante lluvia. De esos días cuando el clima fresco te invita a salir a la calle a disfrutar hasta de la más sencilla caminata.
“No falta mucho para el amarillo”, se podía sentir la esperanza y lo mejor era que a mi alrededor aún no se veía la muerte, no como ahora, cuando la tristeza inunda las calles por las que he circulado durante tantos años.
De una semana a otra me avisaron de la muerte de una vecina, “tenía Covid”, y luego como fichas de dominó, una a una, llegaban las malas noticias. El dueño del taller mecánico falleció por Covid, “es que ya estaba grande”; su hijo también se contagió, “y lleva años enfermo”. La hermana de otra de mis vecinas falleció también, y hace apenas unas semanas bromeábamos porque un automovilista aguerrido le tumbó el barandal.
Puede ser que dentro de casa sintamos cómo se detiene el tiempo y a la vez avanza tan rápido, porque cada vez que salimos algo cambió, algo grande. De un momento a otro el aroma de la comida saliendo de las casas ya no será una constante, porque la dueña se ha adelantado.
¿Ahora a quién saludaré desde el auto cuando pase frente al taller?, ¿ahora a quien le daré los buenos días cada vez que caminé a la tienda de la esquina?, ¿cómo podré ver la cara de la tristeza?
Vivimos en el cuarto país con más muertes por Covid, con 102 mil 699 personas que se han adelantado en su camino, cada una con su historia. Mientras que en el estado de Chihuahua 2 mil 393 han tenido que dejar este plano, ya no irán a trabajar, ya no regarán sus plantas ni apapacharán a sus mascotas, ya no cocinarán ni verán televisión con el volumen alto, ya no se tomarán un cafecito para el frío, ya no impregnarán el ambiente con el perfume que tanto les gustaba y ya no veremos nunca más esas arrugas que se les formaban cuando sonreían.
Para cada una de las personas que hemos perdido, por sus historias, sus vivencias y las familias que dejan con el corazón roto.
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