El Gilbertos
Por Jesús Chávez Marín.
No siempre puede uno venir al Gilbertos, el lugar es caro porque se ha puesto de moda y los fines de semana está a reventar, pero ese viernes tocó en quincena y los compañeros de Mueblerías Issa decidimos festejar el cumpleaños de Marthita, la gerente de ventas. Ella escogió el lugar porque allí cantaba Carlos Augusto, un artista al que ella admiraba mucho.
Algunos ya habíamos oído a Carlos Augusto y la verdad hacía un excelente show, muy cuidado en todos los detalles. Estaba muy al día en la música de moda, hacía covers de Juan Gabriel, Roberto Carlos, José José, Miguel Gallardo, y cantaba las canciones mejor que los artistas originales, porque tenía muy buena voz. Aparecía vestido de traje, impecable, como recién salido de la regadera; además era muy buen tipo, a las mujeres les encantaba.
Esa noche, entre copa y copa, Martha nos confesó que un año antes se había ido con él después de su show, igual, en el día exacto de su cumpleaños. Esa revelación nos cayó como balde de agua, ya que ella siempre era muy seria y recatada, a pesar de que le gustaba salir de parranda con nosotros cuatro, no le gustaba invitar a ninguna mujer.
Marthita era nuestra jefa y la tratábamos con gran respeto; a ella no le gustaba tener amigas porque decía que se hallaba más en confianza con puros amigos hombres. Sin embargo, nunca se había atrevido a contarnos algo tan íntimo como lo de esa noche, cuando nos reveló que se había acostado con el cantante del que era admiradora.
—Oiga, Marthita, ¿y se hicieron novios? —preguntó Rito Delgado.
—No, qué va. Esa noche me prometió el sol y las estrellas, pero al día siguiente no me habló y hasta la fecha ni sus luces. Cuando he venido aquí, o al Fulano´s, a ver su show, ni me voltea a ver —contestó entre divertida y seria.
—¿Y le pudo mucho? —me atreví a preguntarle.
—Para nada. Yo tenía muy claro que con este tipo de hombres no se llega a ningún lado. Me cumplí mi capricho de cumpleaños y eso fue todo.
—Pues me parece muy práctico haberlo pensado así, no cabe duda de que usted todo lo tiene bajo control: con la eficiencia profesional de su trabajo y con los asuntos de la vida. La admiro mucho Marthita—afirmó Arturo Cárdenas, para quién Marthita era su amor platónico, aunque ella nunca llegó a saberlo.
—En fin, tampoco era para tanto. Cambiemos de tema —dijo ella.
Durante el resto de la noche oímos a otros dos cantantes y seguimos platicando de otros asuntos, entre risas. Para cuando salió Carlos Augusto ya estábamos bastante animados. Él apareció espectacular, con un traje muy fino y, sobre todo, con la fuerza interpretativa de su buena voz y de su magnífico lenguaje corporal, se movía en la pista con elegancia y gran estilo. Era sin duda un artista de primera.
El público aplaudía abundantemente cada una de las canciones, y aunque había una gran cantidad de gente, lo escuchaban con silencio concentrado, casi reverente.
Cuando ya casi se terminaba el show, él, que jamás se dirigía con palabras al público, tomó una copa, dirigió su mirada hacia nuestra mesa, y dijo: Quiero dedicar mi concierto de esta noche a una persona muy especial para mí, la señorita Martha Gardea, quien hoy celebra su cumpleaños. Todo mundo aplaudió largamente a la festejada, quién agradeció con un sencillo movimiento de sus manos.
Dicho esto, regresó al centro de la pista e interpretó las últimas tres canciones de su intervención y luego se retiró entre los aplausos entusiastas del público.
—Jamás imaginé que se acordaría de mi nombre, y menos de mi cumpleaños —dijo Martha, levemente emocionada.
—¿Y por qué no habría de ser así?, Marthita, yo diría que usted es inolvidable —dijo Arturo Cárdenas.
Carlos Augusto era el último show de la noche y faltaba media hora para el cierre. Se acercó un mesero y nos dijo que la barra ya iba a cerrar, que si queríamos pedir la última ronda. Por supuesto que la pedimos y seguimos platicando muy a gusto.
No faltó quien dijera que los artistas son inconstantes pero románticos.
En eso se acercó el capitán de meseros y le entregó discretamente a Martha una tarjeta muy elegante y doblada a la mitad. Le pidió que la leyera y le diera la respuesta. Ella lo hizo rápidamente y luego nos la pasó para que le diéramos un vistazo.
La tarjeta decía: “Martha: como ya terminé de trabajar te invito a que tomemos la última copa en mi camerino, en honor de tu cumpleaños”.
Al reverso, ella escribió: “Te agradezco mucho y también la dedicatoria del concierto, pero no puedo aceptar, tengo compromiso. M”. Antes de devolver la tarjeta, nos la volvió a pasar para que leyéramos su nota. Luego muy gentilmente se la entregó al capitán y le dijo muchas gracias por el mensaje.
Cuando trajeron la cuenta no dejamos que Marthita pagara porque era su cumpleaños; entonces ella nos dijo: Está bien, se los voy a aceptar, pero con la condición de que yo les invito el menudo en El Caballo Loco.
Para allá nos fuimos, cada quien en su carro y al llegar seguimos platicando como buenos camaradas que éramos los cinco, y lo seguimos siendo hasta la fecha.
The end.
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