Uno de los hechos que ha dejado claro la película “Parásitos” es que está llenando las salas de cine nacional y sacudiendo a sus espectadores, ahora la pregunta que surge es: ¿podría el cine coreano conquistar el Oscar? Pero mientras la Academia analiza y la crítica opina, ¿qué ocurre con las personas al terminar la función?
La trama transcurre en una realidad lejana a sus espectadores latinos, en algún lugar de Corea, pero, ¿una película de una realidad tan lejana puede resultar tan propia a la vez? Y podríamos continuar en este sentido con otra de las muchas interrogantes que se abren, y es que, ¿verdaderamente son tan diferentes las sociedades en las diversas sociedades del mundo actual?, ¿o enfrentamos retos muy similares detrás de ropa distinta, comida sazonada diferente y rasgos étnicos diversos?
Ante la falta de acceso a oportunidades para salir adelante, la creatividad es de las mejores herramientas.
“Parásitos” reúne, de una interesante manera, aspectos inesperados junto a otros elementos ciertamente evidentes de la forma en que las familias enfrentan el reto de las carencias en una ciudad moderna, innovadora y productiva. Sin embargo, en ambos casos resulta sorprendente la abrumadora cotidianidad de algo que quizá no te habías detenido a pensar.
No es una película de terror, pero ciertamente que su director, Bong Joon-ho, presenta una realidad aterradora por su parecido con el día a día, cuyo eje se centra más en la apariencia que se pueda proyectar, que en la circunstancia que se debe afrontar. Y, ¿acaso un ser humano puede resignarse a no intentar siquiera cambiar su situación actual? quizá esto solo se logra con el aliciente del amor, y la certeza de que ahí estará para abrir la puerta.
Además, una sociedad donde las personas son piezas de la economía de cambio para mayor comunidad, carece de los elementos suficientes para tomar decisiones basadas en el hecho de las cosas y no simplemente en su apariencia, y en ocasiones este camino de comodidad puede conducir a un propio y terrible final.
El rechazo a lo diferente puede sentirse desde la raíz. Si ves la imagen de un impresionante paisaje natural, imaginas inmediatamente que huele bien, percibes sin estar ahí su fragancia; pero si notas que en la foto hay basura tirada percibes su mal olor y recuerdas que puede haber desechos orgánicos de animales.
Pero, ¿por qué lo diferente nos parece que huele mal? Esta afirmación es un detalle velado de la discriminación estructural. Aquello que nos sacude de la zona de confort o nos exige cambios, se percibe instintivamente como una amenaza, esto ocurre a nivel inconsciente también con las personas diferentes, en mayor o menor medida, dependiendo del grado de resistencia a alguien que se considera inferior.
Este miedo, rechazo o mero desagrado a otra raza o clase se proyecta en nuestra impresión sobre su olor corporal raro. El sentido del olfato por muchos años de evolución ha percibido el peligro aún antes que la vista y por supuesto muchísimo antes que la racionalidad; y realiza su función de esta manera, como lo exponen Melville Jacobs y Bernhard J. Stern, en su libro “General Anthropology”.
Al final de lo impactante de “Parásitos” siempre queda la opción de pensar: ¿cómo podría pasar algo así en algún lugar?
Después de 132 minutos, en que “Parásitos” logra que te mantengas al pendiente de la pantalla sintiendo empatía, desagrado, ansiedad y quizá algo de frustración, podrías preguntarte si es una historia imposible de ocurrir, y es que conoces en realidad cómo viven las personas en muy diversas circunstancias económicas en esta ciudad.
¿Has escuchado o tenido la impresión de que alguien, que se encuentra lejos de ti, huele mal? No es quizá más que el reflejo de una impresión que tienes guardada, a la posibilidad de una percepción sensorial. Y es que ellos, los otros, los diferentes, huelen mal.
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