Fue 2017 cuando Sarah Hegazy, joven lesbiana egipcia, levantó su nombre en alto al ondear la bandera de arcoíris durante un concierto de indie rock del grupo Mashrou ‘Leila, cuyo vocalista Hamed Sinno es abiertamente gay, en un país donde la homosexualidad es perseguida por las fuerzas de seguridad, a pesar de no estar penada por la ley.
Tras aquella acción sobrevino una reacción violenta por parte del gobierno y Sarah Hegazy fue arrestada junto a otras 56 personas a lo largo de Egipto por “promover desviación sexual y libertinaje”.
“La sociedad en su conjunto señala y estigmatiza a quien se rebela contra esa cultura patriarcal basada en la opresión contra las mujeres, contra los trabajadores, contra las minorías religiosas, contra la diversidad sexual.” –Sarah Hegazy, activista LGBT+.
Lo que Sarah vio como un acto de apoyo y solidaridad, para todas las personas reprimidas, las autoridades lo entendieron como alguien que buscaba destruir la estructura moral de la sociedad.
Durante tres meses Sarah Hegazy sufrió de torturas, incluyendo una pseudoterapia electroconvulsiva y violaciones por parte de compañeras de celda, que le provocó episodios profundos de estrés postraumático y secuelas sicológicas, que la llevó a un primer intento fallido de suicidio.
En 2018, Canadá le dio asilo tanto a Sarah Hegazy como a su amigo Alaa, ya que en Egipto le esperaba un enjuiciamiento como mujer abiertamente lesbiana. Sin embargo, a pesar de estar a salvo, la activista no había logrado superar todo lo que había sufrido y se sentía aún atrapada en la cárcel, entre pesadillas, depresión y ataques de pánico.
En Egipto, Sarah dejó a su hermana y hermano menores, y a su madre, quien falleció por cáncer un mes después de que ella aterrizara en Canadá. “El hogar no es una tierra y las fronteras. El hogar es la gente que amas… aquí en Canadá no tengo a mi gente, no tengo a mi familia, no tengo a mis amigos. Así que no soy feliz”, mencionó Sarah.
A pesar de seguir haciendo activismo y de estar agradecida por la protección que Canadá le había ofrecido, Sarah Hegazy no dejaba de soñar con volver a su país para continuar con su lucha contra la discriminación, el imperialismo occidental y el capitalismo, sueño que ya no podrá cumplirse.
Las heridas que llevaba dentro permanecieron abiertas y ella las consideraba una tarea casi insuperable e imposible de sanar. Y lo demostró en la última fotografía publicada en Instagram, donde se le veía sonriente tirada en el pasto, bajo un cielo profundamente azul y soleado, con nubes blancas; y en cuya descripción escribió: “El cielo es mejor que la tierra. Quiero el cielo, no la tierra”.
En mayo Sarah Hegazy intentó suicidarse por segunda vez, lográndolo, noticia confirmada por su abogado Khaled Al-Masrym.
Junto al cuerpo de la activista se encontró una nota que decía: “Para mis hermanos, intenté encontrar redención y fallé, perdónenme. Para mis amigos, la experiencia fue dura y soy demasiado débil para resistir, perdónenme. Para el mundo: fuiste cruel en gran medida, te perdono”.
Las traumáticas experiencias de la activista sufridas en su país de origen no la soltaron nunca, a pesar de que ella intentó seguir adelante y luchar por quien era, por lo que creía y por quienes no podían ser libres.
Sin embargo, la huella que deja Sarah Hegazy en la gente es la fortaleza para levantar la voz indignada por la supresión de las costumbres de un país que castigan, a pesar de no estar en las leyes.
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