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Tu agresor sexual, ¿cuántas víctimas más tiene?

Las violencias de género, sobre todo aquellas que afectan a las mujeres, son todo un tema que aún en la actualidad, estando en el año 2020, se torna no sólo difícil ventilar, sino aceptar por terceras personas, porque es más sencillo llamar a una mujer “mentirosa”, que a un agresor sexual: “acosador, hostigador o violador”.

Como la mayoría, he tenido experiencias, tal vez leves, de acoso sexual, pero que aun así me marcaron. Como cuando era niña y el señor de la tiendita insistía en saludar de mano para ya no soltarme; o de adolescente, cuando uno de mis compañeros llegó a rozarme el trasero con sus manos, o los comentarios inapropiados del profesor de secundaria acerca de mis senos.

“El derecho a una vida libre de violencia incluye el ser libre de toda forma de discriminación, y el derecho de las personas, en específico de la mujer, a ser valoradas y educadas libres de patrones estereotipados de comportamiento y prácticas sociales y culturales basadas en conceptos de inferioridad o subordinación”. –Convención de Belém do Pará, 1995.

Y como niña desarrollándose a final de los 90’s, jamás le conté a nadie, porque conocía la respuesta ante esos actos que eran tan cotidianos como normales: “sólo aléjate”.

Es en los últimos años que me voy dando cuenta que aquellos eran actos de violencia en mi contra, y que los sentimientos de repugnancia que nacían en mí, de vergüenza y desconcierto no tenían nada qué ver conmigo, sino con ellos.

Sobre todo, me voy dando cuenta de que el agresor sexual repite y repite y repite ese comportamiento, no sólo con la misma víctima, sino con múltiples mujeres. Y de esto me percato debido a un grupo de Facebook de denuncias sobre acosadores y violadores en Chihuahua.

El doloroso camino que recorren las sobrevivientes que han relatado cada caso se siente en los textos que comparten. Y en ellos casi siempre está impresa la misma pregunta: “¿fue algo que hice?”. Sin embargo, se ha vuelto común leer a varias levantar la mano con un: “a mí me pasó lo mismo con él”.

El comportamiento del agresor sexual se va volviendo poco a poco normalizado, y te percatas de ello cuando una dice: “así es él, raro”. Como si fuera alguna clase de tic nervioso o una característica propia, y a veces hasta aplaudida, del sujeto en cuestión. Pero, ¿por qué terminan los agresores sexuales teniendo un comportamiento tan repetitivo?, y sobre todo, viendo que son reiteradas las denuncias en su contra, ¿por qué la gente los sigue defendiendo?

De acuerdo con el artículo “Acoso sexual en México: análisis y propuestas”, de Francisco Palomino, la dominación masculina es cultural en un principio, basada en los roles de género patriarcales impuestos durante las generaciones anteriores, sin embargo, este comportamiento se vuelve natural, como las manifestaciones de acoso sexual en el medio laboral.

La Comisión Nacional de Derechos Humanos, en su guía “Hostigamiento sexual y acoso sexual” especifica que estas agresiones pueden ser físicas, verbales y no verbales.

Uno de los tantos problemas con los cuales me he topado es que muchas mujeres no reconocemos en un principio lo que es el acoso sexual, precisamente por aquello de que “así es” el agresor, y que tal vez nuestros sentimientos parezcan exagerados ante las demás.

Situaciones desde violencia física o tocamientos son graves, pero también lo son la familiaridad innecesaria, indica el texto de la CNDH, como por ejemplo rozar de manera deliberada a otra persona. Asimismo, se considera parte del acoso sexual los comentarios y las preguntas sobre nuestro aspecto o etilo de vida, las bromas sugestivas, los comentarios paternalistas, las peticiones persistentes para salir a citas, entre otras que se ven más “obvias” como las invitaciones no deseadas para tener relaciones sexuales.

En las no verbales se encuentran aquellos gestos del agresor sexual que a más de una nos ha hecho dudar sobre nosotras mismas al momento de ser acosadas, como los silbidos, las miradas lujuriosas o avances inapropiados en redes sociales. Sin embargo, algo que he notado es que, dudas o no, el sentimiento de incomodidad está ahí, porque de alguna manera sabemos que lo que nos pasa no es correcto.

La Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana, indicó que, en la segunda mitad de 2019, el 27.2% de las mujeres dijo haber sido víctima de acoso o violencia sexual, es decir, 3 de cada 10 mexicanas. Pero considerando que los agresores parecen vivir repitiendo su comportamiento una y otra vez, y que aún se nos dificulta visibilizar, aceptar o reconocer uno o todos los tipos de violencia sexual, debido a cuestiones culturales, estoy segura que esas estadísticas están muy por debajo de la realidad.

Esta invisibilización, con comentarios como: “es que yo no les hago caso”, “él es así de cariñoso”, “es que él tiene mucha energía y yo, como su esposa, tengo que responderle” o “es mi superior y no quiero perder mi trabajo”, apoyan a la normalización de las conductas violentas de los agresores sexuales, quienes las perpetúan una y otra vez.

Pensar en las víctimas y sobrevivientes, en todo lo que han tenido que callar o las agresiones extras que han tenido que soportar al levantar la voz, me hace ver el largo camino no recorrido que tenemos por delante, el cual seguro será tortuoso, pero también tendrá un final, donde tal vez no la totalidad de la población logre ver que ese comportamiento es normal, pero sí la gran mayoría.

Yo sí te creo.

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